Rafael Saroza, su música y su triste amor

Rafael MúsicaPor: Dulcila Cañizares*

7/septiembre/2012

Rafael Saroza Valdés(Trinidad, Sancti-Spíritus, 29 de agosto de 1901-7 de septiembre de 1942) era hijo de José y de Paula, un labrador y una mujer instruida y con cierta preparación musical. Su certificado de nacimiento no existe, pues los libros de registro de nacimientos se quemaron en un incendio del juzgado, pero en su fe de bautismo (Parroquia de San Francisco de Paula, Trinidad, libro de bautismos de color, t. 12 C, f. 270, núm. 533) se atestigua que su nacimiento fue en la fecha mencionada, a las 8 y media de la noche, en una gran casona de la calle Boca esquina a Nueva, y su bautizo tuvo lugar el 14 de octubre de 1901, momento en el que fue nombrado José Rafael Juan Bautista.

Rafael mostró su capacidad para la música y su madre se dio cuenta, ya que para ella la música era de intensa trascendencia espiritual, de manera que cuando fue fundada la Escuela Municipal de Música de Trinidad en 1908 —bajo la dirección de los hermanos Buenaventura y Rafael Dávila—, lo inscribió en la misma y en 1910 el niño Rafael pertenecía a la Banda Infantil de dicha escuela, en la que estaba también el trompetista, compositor y director trinitario Julio Cueva.

Estudió teoría y solfeo y el instrumento de su selección fue la guitarra. El trovador Lorenzo Guerrero le dio a conocer la trova tradicional y desde muy pronto el joven Saroza empezó a componer y cantar sus propias inspiraciones con una admirable voz.

Su maestro Guerrero fue el primer segundo que cantó con Rafael y cantaron juntos hasta 1925, año en que conformó un dúo con un tabaquero nombrado Juan (Juanico) Castiñeira. Este dúo Saroza-Castiñeira se presentó en múltiples actividades en los teatros trinitarios Sport, Prado, Fausto y Armenteros. En este último fueron contratados para amenizar las películas silentes; también le brindaron un homenaje el 27 de abril de 1926 a Juanico, acreditado como “el trovador de moda”. Castiñeira murió algunos años más tarde y Saroza formó su segundo dúo: Rafael (Felo) Pomares de la Roca (Trinidad, 3 de junio de 1906-24 de agosto de 1979) fue su voz de segundo.

El dúo Saroza-Pomares tuvo presentaciones en los teatros citados y en El Principal y La Caridad —también de Trinidad—, donde ejecutaron obras de Rafael y también de diversos trovadores. Las canciones de Rafael Saroza presentan una línea melódica romántica y bien estructurada, con acompañamientos de excelente armonización.

Era alto y delgado, agraciado mulato de piel clara, siempre calzado y vestido con elegancia, muy cuidadoso de su presencia personal, estilo que mantenía porque el próspero abogado José Antonio Frías fue su ilimitado mecenas, aunque sus bolsillos por lo general tenían poco o ningún dinero.

Los que fueron sus amigos o sólo lo trataron algunas veces decían que era un excelente hombre muy comunicativo, alegre y optimista.

Saroza reveló que sus grandes amores fueron sólo su madre, su guitarra y la novia inasequible, pues los padres de ella rechazaban sus relaciones, porque él era un humilde y modesto trovador bohemio. Pero el noviazgo existía con serenatas, pues le cantaba en la ventana de una amiga común cuya casa estaba frente a la de la novia amada, que recibía sus musicales mensajes amorosos.

A aquella mujer adorada le ofrendó la más hermosa de sus creaciones, que se convirtió en un legendario himno de amor y uno de los emblemas trinitarios. ¿Quién fue la dulce novia?… Durante mucho tiempo, la familia trató de mantener aquel secreto. Muchos años después, ya anciana aquella joven sufriente, tampoco me permitió que le hiciera una entrevista para hablar de aquel secreto que conocían todos los trinitarios, siempre mencionado en voz baja.

La familia Bergaza-Zerquera defendía los severos preceptos morales de entonces para los hijos, uno de ellos el más tarde famoso pianista Rafael (Felo) Bergaza, aparte de Francisco, Ana, Antonia, Juan e Isabel (Belica). El bardo, en algún momento, puso sus ojos en Belica Bergaza y ella correspondió a sus miradas, por lo que Saroza comenzó a galantearla, hasta que la agraciada mulata permitió que se le acercara. Pero Francisco y Josefa, los padres de ella, desautorizaron aquel idilio, porque Saroza era decente, pero también era un bohemio. Hubo intercambio de cartas amorosas, miradas de una a otra acera, le bordaba serenatas en una ventana cercana, como si estuvieran dedicadas a otra mujer —una amiga común—, para falsear la triste relación prohibida, que sólo consistió en mensajes y canciones. Padecieron ambos las tristezas de aquella injusticia, y aunque los padres de ella conocían del sufrimiento de Belica, no transigieron ni en noviazgo ni boda. El trovador, impedido de mostrar su amor de otra manera, compuso varias obras para su novia imposible: la más célebre fue “Guitarra mía”, devenida perdurable y legendario símbolo de Trinidad.

En los años treinta del siglo XX tuvo lugar un inesperado lucimiento de serenatas en la villa del Táyaba, y sus pobladores se deleitaron con las voces del dúo Saroza-Pomares, acompañados por las guitarras de Francisco (Pancho) Mauri y Manuel Codina, con los violines de Pedro Barrizonte (Machín) y Félix Reina, padre. Es incuestionable que los trovadores de aquellos años se agruparon alrededor de Saroza —Alejandro Béquer (El Chévere), Pedro González (El Boticario), Daniel Béquer, Armando Trillo…—, hecho que favoreció el realce de las serenatas trinitarias.

Rafael Saroza, tristemente ignorado más allá de los lindes de su ciudad de callejoncitos empedrados y vetustos, hermosos palacios, manejaba perfectamente la composición y la armonía, aparte de que disfrutaba escribiendo versos, lo que ha quedado demostrado con un poemario inédito, del que todavía determinadas personas guardan poemas, escritos con su exquisita caligrafía, con tinta negra. En mi archivo privado atesoro unas pocas páginas del casi ignoto poemario.

Cuando tenía treinta y cinco años de edad enfermó de tuberculosis y muy poco después perdió su maravillosa voz, pero su guitarra no dejó de sonar. El 7 de septiembre de 1942 dejó de existir en su domicilio de la calle Boca y lo enterraron al siguiente día, a las 6 de la tarde, en el cementerio viejo del pueblo. A pesar de los años transcurridos, aún se murmura en Trinidad que cuando el coche fúnebre de Saroza transitó frente a la casa de los Bergaza, Belica sufrió un desmayo.

Después de su fallecimiento, la música de Saroza permaneció oyéndose en las voces de Roger e Isabel Béquer (La Profunda); luego la cantaron Pedrito González y el trío integrado por Rudy Delgado, Carlos Gómez y Fidel Rodríguez, quienes aún la difundían en la década de los sesenta, y gracias a los cuales continúa viva e interpretada con amor y devoción por los jóvenes trovadores trinitarios.

Sus contemporáneos manifestaban que creó más de cincuenta canciones, muchas aún muy bien guardadas por sus descendientes, admiradores y amigos, entre las que citaré “Tus lágrimas”, “Jamás”, “A Conchita Téllez”, “Plegaria”, “¿Por qué?”, “Soledad”, “Cubanita”, “Cabecita loca”, Quién fuera luna”, “Celos” y “Guitarra mía” («Suena, guitarra mía, / lindo tesoro de inspiración. / Suena, que tú eres vida, / eres arpegio de mi canción. / Canta, guitarra mía, / que yo te sienta con emoción, / mira que estoy muy triste / y estoy enfermo del corazón. // Ve donde está mi amada, / cuéntale todo, hazlo por mí. / Dile que tú me has visto / llorando a solas cerca de ti. / Róbale un dulce beso, / guitarra mía, con frenesí, / de esos que guarda presos / en esos labios como un rubí»).