No bastaban al tirano Fulgencio Batista, los más de diez mil soldados de su sanguinario ejército. En toda la geografía de nuestro país, se suscitaban derrotas tras derrotas.
Los fracasos se los infligía el Ejército Rebelde, este infinitamente más pequeño, bisoño, aun muy mal armado y uniformado, pero lo seguían los olvidados, los oprimidos, el pueblo.
Su Comandante en Jefe, en plena guerra, bajo las balas, a la vanguardia siempre, promulga la Reforma Agraria en la Sierra Maestra.
Los campesinos reciben sus primeras tierras y al mismo tiempo su primer médico, su primer maestro y hasta su primer juez.
Comienza a forjarse el futuro. Fidel organiza la ofensiva final, la invasión de oriente a occidente, rememora la idea de Máximo Gomes y Antonio Maceo, epopeya librada por el Ejercito Libertador, para extender la guerra por nuestra soberanía y contra el colonialismo español, a toda la nación.
Entonces selecciona dos columnas, una comandada por el Che Guevara, la otra al mando de Camilo Cienfuegos, 160 guerrilleros salen de las montañas a conquistar el llano.
Era el 31 de agosto de 1958, el Ejército Rebelde, dirigido por el Guerrillero Heroico y el Héroe de Yaguajay, inicia la invasión hasta occidente, Trinidad conoció de esa bravura, el Che, llegó al histórico Escambray.
Para fortalecer la lucha, propagó la orden del máximo líder, la victoria era cierta; la alborada, como nunca antes, iluminaba los símbolos de la Patria.