A casi 30 años de la inclusión del Centro Histórico de Trinidad en la lista del patrimonio mundial, expertos opinan que sus valores más universales están a salvo, pero alertan sobre deformaciones que pudieran corroerlo
Por: Juan Antonio Borrego
Cuando en diciembre de 1988 la Convención Internacional de Patrimonio de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) acordó la inclusión del centro histórico de Trinidad y su Valle de los Ingenios en la lista del Patrimonio Mundial, formalizó en su propia declaratoria dos recomendaciones que a la luz de estos tiempos parecieran verdaderas profecías.
La primera, dirigida específicamente al Valle, establecía la necesidad de proteger la zona ante cualquier medida que pudiera alterar «su integridad ecológica y constructiva», mientras la segunda sugería un desarrollo del turismo en la región «sin que los conjuntos declarados sufran modificaciones y usos inadecuados».
Leídas fríamente las dos exhortaciones, pareciera que los expertos reunidos en Brasilia entre el 5 y el 9 de diciembre de 1988 se habían adelantado varios años a la llamada Tarea Álvaro Reinoso, que tiempo después reestructuraría la agroindustria azucarera en el país y en particular conllevaría al cierre del último ingenio de la comarca, y habían profetizado también el inusitado crecimiento del turismo en Trinidad y sus alrededores, con el consiguiente desarrollo del trabajo por cuenta propia, incluidos el surgimiento de cientos de hostales, paladares, plazas artesanales y cafeterías, en su mayoría anclados en el perímetro de mayor relevancia patrimonial, todo lo cual ha implicado significativas modificaciones en los usos del entorno urbano.
A casi tres décadas de aquel enunciado, especialistas en el tema regresan con la buena nueva de que el patrimonio trinitario mantiene su clase, pero al mismo tiempo reiteran la importancia de enfrentar las indisciplinas y las deformaciones que vienen atentando contra la integridad del conjunto en los últimos años.
«Los valores universales del patrimonio de Trinidad no peligran para nada», asegura Ciro Rodríguez, subdirector de Control en la Dirección Provincial de Planificación Física, quien adelantó además que actualmente se labora en un Plan general de ordenamiento urbano, que incluye la zona patrimonial del Valle de los Ingenios y que se extenderá hasta asentamientos costeros como Casilda y el área montañosa donde radica Topes de Collantes.
Según el directivo, lo anterior no es solo el criterio suyo: «Recientemente, Katherine Müller, directora de la Oficina Regional de Cultura para América Latina y el Caribe de la Unesco, aseguró que el valor universal excepcional de la propiedad del patrimonio mundial en Trinidad ha sido conservado, y esa opinión experta es un aliciente».
CORREGIR A TIEMPO
Para saber cómo una villa puramente doméstica, tranquila, semirrural –sin que el término ofenda– se convirtió de la noche a la mañana en un centro comercial al que concurren a diario miles de forasteros reclamando alimentación, hospedaje, combustible, parqueo y jolgorio no hace falta ser experto en patrimonio ni completar un doctorado en urbanismo; basta simplemente con poner los dos pies en una de las calles de la ciudad, la misma que la escritora y folclorista cubana Lydia Cabrera (1900-1991) visitara y describiera como una urbe aislada del resto de la Isla, que según ella «vivía o dormía, fuera del tiempo».
Si gracias a la Divina Providencia la estudiosa pudiera regresar por estos días, seguramente reconocería que, en efecto, algunos de aquellos callejones y palacios trinitarios todavía viven o duermen fuera del tiempo, pero también que muchos de sus lugareños se mantienen muy despiertos, a veces demasiado, y que más de uno ha logrado vulnerar lo legislado en materia patrimonial.
Algo así fue lo que encontró en abril pasado una inspección del Instituto de Planificación Física (IPF) en la que salió a relucir lo que todo el mundo estaba viendo: violaciones en cambios de fachada, mutilaciones en la carpintería o las rejas, instalaciones de medios técnicos como equipos de climatización y contadores eléctricos en los frentes, cambios de color sin respetar los tonos originales establecidos, carteles lumínicos sin adosar a los muros y crecimientos en segundos niveles que resultan visibles desde el exterior.
De acuerdo con Planificación Física, la mayoría de estas violaciones que afectan la imagen de la ciudad resultan fáciles de solucionar e incluso ya muchas han quedado resueltas, pero situaciones específicas como los susodichos crecimientos en los segundos niveles, que desoyen a la institucionalidad, tendrán que ser evaluados por los expertos y, cuando se trata de construcciones sobre edificios de altísimo valor, corregir significa demoler, aunque vale aclarar que estos son los ejemplos más escasos.
«Las transformaciones que se le han hecho al centro histórico de cambios de fachada, volumetría, publicidad y propaganda y actividad por cuenta propia, todas esas irregularidades y violaciones tienen que restablecerse por la persona que cometió la acción», remarca Ciro Rodríguez.
UNA CIUDAD RELIQUIA
Como «un don del cielo» ha calificado la doctora Alicia García Santana a la ciudad de Trinidad, según ella una verdadera reliquia por la conservación del conjunto urbano en un centro histórico habitado, en términos culturales «un relevante testimonio patrimonial del país y uno de los más representativos del Caribe».
Una paciente labor de estudio, conservación, restauración y promoción sostiene los valores de una zona que abarca 50 manzanas e incluye más de 200 edificaciones, en su mayoría viviendas representativas de la arquitectura doméstica de los siglos XVIII y XIX, 83 de las cuales están reconocidas con el Grado de Protección I y resultan íconos de la nación como los antiguos Palacio Brunet y Palacio Cantero y el Convento de San Francisco de Asís.
¿Hasta dónde podrá protegerse esa herencia sin doblegarse ante las veleidades del consumo y la modernidad que todos los días se asoman sin el menor recato por la puerta delantera?, es la pregunta que se siguen haciendo los expertos del patrimonio y los encargados de hacer cumplir la ley, de regular el impacto de los visitantes –opulento, pero muchas veces dañino– y de ordenar el florecimiento de la iniciativa privada en un espacio reducido y muy vulnerable.
La respuesta –consideran los especialistas– es preciso buscarla no solo en la Oficina del Conservador, Planificación Física y la sede del Gobierno local, los principales responsables; sino en cada calle, en cada plaza, en cada hostal, en cada cafetería y muy especialmente construirla entre todos los trinitarios, incluidos aquellos transgresores y pícaros de los que no habló doña Lydia Cabrera en su viaje por mar de 1923 que, quieran o no, tendrán que entrar por el aro.
(Tomado De Escambray digital)