
Por: José Rafael Gómez Reguera
Son los constructores esos seres que, casi siempre desde el anonimato, suelen dejarnos con ganas de opinar. Si todo ha salido bien, se imponen elogios. Si hay cuestiones que pudieran haber salido mejor, pues manos a la obra y a reconsiderar propuestas. Porque algo sí es seguro: a ellos les debemos tanto lo ya edificado como lo que solo está en planos y planes.
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En una ciudad que nadie duda de calificar como “de encanto”, como lo es Trinidad, son los constructores protagonistas de cuanto vemos en derredor, unos con materiales tradicionales como el embarrado, o con los más novedosos, entre los que pudieran descollar los metales y hasta el cristal, aunque, debemos reconocerlo, no siempre se avienen con ese ambiente colonial que queremos y debemos conservar.


Y sobre esta última palabra, bueno es recordar que no solo es responsabilidad de los especialistas, díganse los de la Oficina del Conservador de Trinidad y su Valle de los Ingenios. Cada cual tiene su cuota de poder sobre lo que hace y lo que la Tercera Villa de Cuba necesita si quiere mantenerse en la Lista del Patrimonio Mundial, seguir siendo Patrimonio Cultural de la Humanidad. Eso no solo es una condición sine qua non para que la UNESCO mantenga a Trinidad en esa posición privilegiada, sino indispensable para al desarrollo económico local.

Sí, porque como bien dijera el Primer Ministro de Cuba Manuel Marrero Cruz, “Trinidad sin turismo no es Trinidad”, sin el auge de la industria del ocio y ese enlace conseguido entre el ámbito estatal y el privado, y el encadenamiento productivo que tanto aporta.
Nuestros constructores pueden celebrar. El pasado es base segura para el presente y el futuro. Pero también tienen un serio compromiso con los casi 507 años de historia que ya acumula la Villa del Táyaba y a futuro tiene en ellos los puntales que necesitamos.



