Por: Ana Martha Panadés Rodríguez
Cuando el pasado 11 de marzo Cuba anunciaba los primeros tres casos positivos de coronavirus al confirmarse el diagnóstico de los tres turistas italianos hospedados en una casa de arrendamiento de Trinidad, para el sistema de salud pública en el municipio se iniciaba tal vez la mayor prueba de liderazgo, organización, creatividad y humanismo.
Médicos, epidemiólogos y directivos del sector aprendieron sobre la marcha el modus operandi del “intruso”, su alta capacidad de contagio, la peligrosa cadena de contactos, los protocolos sanitarios para cuidarse y cuidar a la familia; en estos nueve meses el heroísmo se vistió de bata blanca y llegó a la zona roja para lidiar con el enemigo y muchas veces ganarle la batalla.
Sería imposible en un recuento develar nombres y rostros; demasiados corazones han latido junto a los ancianos, a los niños, a las mujeres, a riesgo de su propia vida y a veces en circunstancias extremas, lo mismo experimentados profesionales que jóvenes y hasta estudiantes en un bautizo de fuego donde ha triunfado la nobleza.
De los gestos más hermosos protagonizados por el personal de la salud sobresale el grupo de enfermeros y enfermeras que desde el 28 de abril y hasta el 11 de mayo integraron el contingente «Evidia Álvarez», enfermera espirituana, ya fallecida y constituyeron un refuerzo imprescindible en la lucha contra el nuevo coronavirus en el hospital militar Manuel Piti Fajardo de Santa Clara.
Otros lo hicieron como parte del contingente Henry Reeve, entre ellos los licenciados Francisco Prada Morales y Yanisley Águila Rodríguez, él en las islas Antiguas y Barbudas, ella en la ciudad de México; mientras el doctor Sergio Fernández, especialista en pediatría, formó parte de uno de los equipos médicos responsable de la atención de niños positivos a la COVID-19 en el hospital de rehabilitación Faustino Pérez de Sancti Spíritus.
En el sureño territorio solo se diagnosticaron durante la fase epidémica de la enfermedad cinco pacientes confirmados: cuatro extranjeros y una trinitaria, quien con su actuación responsable evitó la propagación del virus SARS-CoV-2 y cortó una posible cadena de contagios.
Desde los primeros momentos se crearon las condiciones en las antiguas villas de playa La Boca que funcionaron como centros de aislamiento: La Arrocera, Siguaney, Micons; luego Cabagán y la escuela especial Jesús Betancourt en la etapa más crítica de enfrentamiento a la pandemia, cuando la cifra de personas en condición de contactos rondó los 200 trinitarios.
En los primeros días de septiembre el rebrote de la enfermedad volvió a poner en alerta a las autoridades sanitarias, en medio del tránsito hacia una nueva normalidad el evento en el hotel Village Costasur activó nuevamente la pesquisa en la comunidad, la búsqueda de contactos, su aislamiento, nuevos protocolos y desafíos para el personal de la salud con probada profesionalidad pese al desgaste, los peligros y la separación de la familia.
Un segundo evento de transmisión local, en la Agencia Taxis Cuba y que tuvo su génesis en la dirección de salud del municipio de Sancti Spíritus confirmó la capacidad de contagio del virus, pero también la del sistema de salud para contener la epidemia. Médicos, enfermeros, personal de laboratorio, pantristas, junto a voluntarios de la Cruz Roja, entre otros muchos, protagonizaron entonces la etapa más difícil de enfrentamiento al nuevo coronavirus en la cual se confirmaron alrededor de 50 pacientes positivos.
En el año que llega a su fin el sistema de Salud Pública en Trinidad escribió las historias más conmovedoras de solidaridad, dedicación y entrega, porque aún en medio de la batalla contra el nuevo coronavirus, no descuidó el resto de los programas y garantizó la atención a las embarazadas, a los niños menores de un año, a los adultos mayores, a consolidar los indicadores que confirman la voluntad de una nación y el respeto por el bienestar de sus hijos.