Por: José Rafael Gómez Reguera
Cuando me pidieron presentar este documental La otra trova, aquí en la Casa de la Trova, lo primero que me pregunté es si realmente había mucho más que decir, luego de varios trabajos periodísticos que sin desmenuzar este material audiovisual, sí habían reseñado lo que, hasta ese momento, se consideraba importante: la obra en sí, el hecho de que un joven recién egresado de la Universidad acopiara tanta sensibilidad y la dejara caer poco a poco como para no atragantarnos en un suculento banquete que al final nos deja con un enorme gusto por lo que hemos sido y por lo que podemos volver a ser si tomamos este filme, además de su valía, como punto de referencia para levantar ánimos y honrar a esos que han labrado el camino, y sabemos enrumbarnos.
La otra trova es de esas obras que no deja indiferente a nadie. Rara vez el cine documental, el buen cine documental, no consigue estremecernos, y esta no es la excepción. Solo que lo excepcional sí está presente en esta pieza que sin costuras falsas, para que ninguna parte se separe de otra, es capaz de hilvanar una historia que se remonta a nuestras propias raíces fundacionales y nos trae de vuelta a este siglo 21, pasando por momentos que no dejan de ser melancólicos y hasta tristes, pero que son capaces de llenarnos de orgullo.
En el plano personal ni siquiera conocía a Dariel. Amigo hasta de su bisabuela, una gran vecina y amiga de mi familia, él viene a ser algo así como una extensión de aquella señora que siempre tenía una frase de aliento, un remedio casero, un remanso de paz para curar el alma. Me refiero a la inefable Juana Arrechea, sencilla y carismática. Así que para mí fue una verdadera sorpresa saber quién era este joven, de dónde provenía, y reconocer en él un moderno Quijote cuyas lanzas no van precisamente contra molinos de viento pero sí en defensa de la cultura trinitaria, de lo mejor de nuestra cultura que, hemos de reconocer, a veces se encasilla. A él me uno aunque sea en un rucio borrico al estilo de Sancho.
Justo ese carácter de la Juana que nunca olvidaré, encontré en Dariel cuando se estrenó el documental, sobre cuya premiére en el teatro La Caridad me convidó esa otra gran figura en el plano artístico y de la amistad que es Carlitos Irarragorri. Y a partir de ahí se ha ido tejiendo una conexión que me place mantener porque más que resaltar el documental como obra, que bien lo vale, he visto una forma de enaltecer mucho más a esta Trinidad que nos arropa y más que servirnos de ella, nos permite servirla, como amorosa y elegante dama que es.
La otra trova, amigos, es ante todo, eso que acabo de decirles: una invitación a disfrutar del buen arte, sí, pero también un llamado a resaltar lo que representa la trova trinitaria desde aquellos instantes del siglo XVI en que se tañían violas y vihuelas, una convocatoria a revitalizar un género que también nos pertenece, más allá de fatuos regionalismos, porque la discrepancia no es lo nuestro.
Encontrarán en La otra trova no pocas sorpresas, porque documental en sí, ha horadado en costumbres y tradiciones, en la historia de la Tercera Villa de Cuba, en busca de respuestas a las preguntas que de seguro se hizo a modo de tesis, vaya usted a saber siguiendo qué hilo. A quienes no han podido verlo, les advierto que está lejos de complacencias y que como obra artística ha de tomarse con ese poder de análisis, de reflexión, y hasta de convocatoria luego de digerirla, como dije antes, como un plato que poco a poco se va disfrutando, porque no es de los que podemos ofrecerle al paladar todos los días.
No puedo terminar sin agradecer a Dariel y a Artex por esta deferencia para conmigo, y asegurarles que en los próximos minutos, serán excepcionalmente hermosos, dados a movernos el piso, pero de igual manera, creo prudente sumarme a ese deseo no dicho pero sí sugerido por el autor del filme: Trinitarios, trovadores trinitarios, uníos. Muchas gracias.