Por: José Rafael Gómez Reguera
José Julián Martí Pérez sigue entre nosotros. A 168 años de su natalicio, la obra y la vida del más universal de los cubanos nos siguen acompañando, a veces hasta el asombro, porque solemos cuestionarnos cómo pudo, en tan corto espacio de tiempo, y con tantas ocupaciones y responsabilidades, escribir tanto y tan diverso. Y en cada texto, una enseñanza, una señal de alerta.
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La poetisa chilena Gabriela Mistral dijo que Martí “es el caso de un embrujador de almas, ya que gusta al niño en su libro infantil, enciende al joven y conforta al viejo, y por esa condición es que dura sin perder un ápice la anchura de su reino”.
Y cómo no recordarlo así, en cada etapa de nuestras vidas, desde que descubrimos La Edad de Oro, nos emocionamos con las historias de Meñique, cada historia contada con amor “para los que saben querer”, primero. Y luego, sus poesías de amor, no siempre conocidas; sus artículos y discursos, y hasta esos textos recogidos en sus Obras Completas bajo el título de “Fragmentos”, inconclusos, cargados de sabiduría. Porque también hay que saber leerlo entre líneas.
Cuando batallamos día a día para vencer esta pandemia que nos ha obligado a postergar besos y caricias, visitas de padres y abuelos, e impone enormes sacrificios a quienes se desempeñan en las zonas rojas, Martí late en nuestros corazones. Y ese optimismo que el Apóstol de la Independencia cubana se impuso hasta sus últimos minutos de vida; ese batallar incesante, solidaridad de por medio, es como un motor para vencer. Porque venceremos. Claro que venceremos.