
Los campesinos de la comunidad trinitaria Algarrobo viven su día a día empeñados en sacarle riquezas a la tierra y acariciar los servicios desde la mejor de las perspectivas Seguir leyendo
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Por: Oscar Alfonso Sosa
Cuando la serpenteante vía de asfalto deja detrás el poblado de Condado y se enrumba hacia Güinía de Miranda, como aparecido en un descenso de la carretera, el caserío anuncia el arribo a la comunidad Algarrobo, afincada en el macizo trinitario de Guamuhaya.
Vive su cotidianidad entre el embrujo de la historia, que llevó al Che Guevara hasta esos escenarios geográficos en uno de los capítulos más importantes de la Cuba tras el triunfo de enero de 1959: la lucha contra bandidos.

Ese paraje montañoso ha tenido en el café a su vena económica más importante, aunque las frutas, los cultivos varios, la ganadería y el quehacer forestal también se abren espacios, por donde es común ver arrieros con sus mulos en diferentes faenas.
Allí se afianzó la Salud. Farmacia, consultorio médico, sillón de estomatología dan fe de ello. Y le acompaña la Educación, con su escuela primaria Juan Martínez Ramírez y el Politécnico Enrique Villegas, desde ahí llega la enseñanza a los niños y jóvenes de esta zona, donde se recuerda la presencia de los jóvenes alfabetizadores, quienes letraron a los pocos campesinos que vivían en el lomerío.

Los campesinos de El Algarrobo, de varias generaciones, viven su día a día, como sucede en la ruralidad del lomerío del país, con la vida marcada por la escasez, pero también por el empeño empapado de sudor para sacarle riquezas a la tierra, acariciar los servicios desde la mejor de las perspectivas y hacer, siempre hacer, la única manera de sostener el presente y mejorar el mañana. (Tomado de Escambray).





