Por: Juan Carlos Naranjo
La mezcla de fiestas tradicionales y manifestaciones artísticas que datan de los siglos XVIII y XIX engrandecen el patrimonio espiritual de Trinidad. Esas celebraciones tienen su génesis religiosa, con el paso de los años trastocada en popular: la Cruz de Mayo, que se celebra en la comunidad rural de San Pedro integra el catálogo.
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Cada 3 de mayo los habitantes de ese poblado traen de vuelta el mito de que sacando el santo la calle en procesión, termina la sequía y comienzan las lluvias: el jolgorio, acompañado de comida y ron le otorga el lado profano a la cita.
Suena la música también, unos la escuchan, otros bailan, todos disfrutan a su manera. Hasta los pequeños hacen de las suyas dando riendas suelta a los disímiles entretenimientos que los mayores organizan para ellos.
Tanta es la alegría que muchos pierden la noción del tiempo y hasta los agarra el sol del nuevo día. Es el empeño de revivir la festividad con el mismo esplendor que lo hicieron sus ancestros.
Vale acotar que el divertimento no impide que se le tributen honores a San Pedro, patrón del lugar que rodean de flores y velas para pedir favores y hacer promesas.
Esta vez la nostalgia marcará a la fiesta tradicional la Cruz de Mayo, la pandemia pone freno, no permite la algarabía, el gentío: retornar a ediciones pasadas será el alivio de quienes se aprestaban a cogerla en grande cada 3 de mayo.
De todos modos la celebración distingue el patrimonio inmaterial de Trinidad. Y es que de España llegó el viejo ritual de invocación a las primeras lluvias.
El rico patrimonio que atesora Trinidad confirma el amasijo de costumbres, creencias y tradiciones que es la cultura cubana: es el nuestro, uno de los municipios del país donde más fiestas tradicionales se celebran anualmente.