El Valle de los Ingenios, Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO junto con la ciudad de Trinidad, una vez recobrado su verdor de antaño, y con acciones de recuperación y restauración de varios de sus sitios patrimoniales de mayor valía, es desandado cada viernes por excursionistas que descubren o redescubren estos hermosos parajes Seguir leyendo
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Por: José Rafael Gómez Reguera
Sin las riquezas que en su momento produjo el Valle de los Ingenios, Trinidad no fuera esa princesita del Caribe que todos conocemos, elegante, hermosa y opulenta. La mano de obra esclava creó fortunas como la de Don Mariano Borrell y Lemus, el más rico de esta zona del centro sur de Cuba y uno de los de mayor poder económico en la Isla. Igual sucedió con otros personajes trinitarios.
Ellos explotaron las áreas que conforman el actual Valle (en realidad una unión de otros de diversa denominación), y pudieron edificar mansiones señoriales rodeadas de sembradíos de cultivos varios, ganadería y de caña de azúcar, cerca de los ríos o con suficientes pozos para sus necesidades laborales y domésticas, sin descuidar la construcción de los conocidos aljibes, capaces de almacenar agua de lluvia con iguales fines.
Las casas-haciendas del valle asombran a siglos de surgir, y no pocas de ellas han sido objeto de acciones para rescatarlas del deterioro acumulado y ponerlas en función de mostrar, con sencillos montajes museográficos, cómo eran en sus orígenes, las pinturas murales, muebles de época, algunos originales; lámparas, espacios amplios y frescos en cuartos y habitaciones dedicadas a oficinas o capillas para la práctica religiosa de la casa…
De eso y mucho más se conoce mediante los recorridos veraniegos que cada viernes organiza el Centro de Promoción Cultural de la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios, ajustándose al tiempo, con salidas desde el parque Céspedes, una primera parada en el Mirador ubicado en la conocida como Loma del Puerto y desde donde se observa tanto el propio valle como el área citadina y el litoral, y estancias en Buena Vista, Guachinango, Guáimaro, San Isidro de los Destiladeros, el antiguo central Trinidad (luego denominado FNTA), y Manaca-Iznaga y su imponente torre-mirador, símbolo oficial de Trinidad, donde se concluye con opcionales gastronómicas en el restaurante que ocupa la casona colonial, atendida por Palmares.
Dondequiera que uno va, se impone dejar constancia gráfica del paisaje, las construcciones, sus valores arquitectónicos y las iniciativas económicas locales, mientras los guías informan de manera general sobre los orígenes de las casonas, la historia familiar, costumbres y tradiciones, y cómo esa riqueza allí conseguida hizo posible que Trinidad, Tercera Villa de Cuba, deviniera un emporio urbano singular, con palacios y palacetes que llegan hasta nuestros días y que no eran otra cosa que la extensión del capital acumulado en la producción azucarera y sus derivados, y obviamente su ulterior comercialización. Ese poder también propició los títulos nobiliarios que la Corona española concedió a la sacarocracia trinitaria, o se los vendió, en algunos casos.
Algunos sitios de este recorrido proporcionan mayor satisfacción que otros porque, a no dudarlo, falta información escrita y visible de las áreas, sin que ello incida negativamente en los valores patrimoniales. Otros, como el propio FNTA, distan mucho de ser, como se anuncia, un Museo del Azúcar, pues la nave principal prácticamente está vacía y sin exponentes; otras zonas tienen motores, rotores, esteras y transportadoras, pero sin que el visitante conozca qué utilidad tenían. Y sí, se puede acceder a zonas altas y conseguir visuales atractivas, pero no mucho más.
Sin alguien que guíe e informe, y sin carteles, solo la locomotora de aspecto colonial, los restos dispersos bajo la lluvia y el sol, y las altas chimeneas, ahora silenciosas, informan que usted está en el Museo del Azúcar del Valle de los Ingenios. Pero desconocerá qué significaron los trapiches e ingenios que proliferaron en el Valle, las tecnologías usadas y cómo fueron mejoradas; cuántos productos aportaron y en qué cuantía, cuántos esclavos hacían posible estas zafras azucareras de la etapa colonial, y quiénes fueron los que mayor riqueza acumularon a lo largo de esos siglos, hasta culminar precisamente en el central FNTA, cuyas máquinas se detuvieron tras una última zafra en 2004, según informa Ecured. La excepción está en Guáimaro, donde tanto los datos aportados por las compañeras de la casa-hacienda, como la información gráfica, son elocuentes.
A pesar de ello, los recorridos incitan al conocimiento, sobre todo si como en este último, se dispone de alguien conocedor del tema como la Historiadora Oficial de Trinidad, Bárbara Oneida Venegas Arboláez, un verdadero lujo para desentrañar la historia trinitaria y saber más de dónde vinimos y por qué cultura, historia y patrimonio, son bases fuertes de nuestra nacionalidad. Y empinarnos para que las futuras generaciones sepan de nuestros orígenes y de nuestro orgullo como cubanos.